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Sí, eso fue lo que se le ocurrió aquella tarde. ¡Conversar con las gárgolas! ¿A quién se le ocurre? a ella, ¿a quién si no? es una chica muy rara, vive en París y lo mejor que se le ocurre hacer un viernes por la tarde es subir a Notre Dame y conversar con las gárgolas... ¡con el frío que hace! Supongo que ella encontrará interesante todo lo que las gárgolas tienen que contar, ¿qué otra cosa van a hacer, si se pasan el día entero mirando lo que ocurre en esta ciudad? Yo jamás las he escuchado, pero supongo que hablan mucho, si no, no entiendo como una muchacha se pasa tardes enteras subida ahí arriba. ¿No tiene nada mejor que hacer? No, ya no. Ya no le apetece quedar con sus amigos, o simplemente quedar conmigo. La verdad es que la echo de menos. Pero yo no puede hacer nada. A veces la sigo, subo con ella y la observo. Se sienta en el suelo y mira a las gárgolas, eso es lo que hace, no se necesita hacer nada más para conversar con las gárgolas. Al menos eso es lo que creo yo, a mi nunca me han hablado. Será una especie de telepatía rara o... ¡yo qué sé!, no entiendo de eso. Le afectó mucho cuando vayaron la baranda de la torre, antes se sentaba ahí, más cerca de sus amigos de piedra, o caminaba por la barandilla rodeando la torre, admito que se le daba bastante bien eso de mantener el equilibrio a gran altura, pero ahora no puede. Hoy es uno de esos días en los que el viento helado se mete entre tu ropa y te revuelve el pelo, pero a ella eso le gusta. Las escaleras cansan, ¡son casi 400 escalones!, pero supongo que mi amiga está acostumbrada. Hoy no me apetece subir, la esperaré sentado enfrente de Notre Dame, tengo sobras de mi bocadillo así que dejaré que los gorriones se suban a mi mano, es divertido. Esperaré a que baje, alomejor tengo la suerte y quiere venir a tomar algo conmigo. Aunque mis conversaciones no serán ni la mitad de interesantes que las de las gárgolas, lo intentaré. ¿Cuánto hace que no hablo con ella? ¿semanas? ¿meses? ya ni me acuerdo. Una vez más tengo que admitir que la echo de menos.
-¿Quién es ese muchacho que está con los gorriones? -una de las Quimeras se ha acercado a conversar conmigo- Antes miraba hacia aquí, parece que te está esperando, pero tiene la mirada perdida. Perdida, como si hubiera perdido a alguien.
-Si que tienes buena vista- le digo- Supongo que será de tanto mirar, sabes hasta lo que siente la gente, debe de ser interesante ser una gárgola.
-No te creas, ¿bueno, me vas a decir quién es?
-Es Paul...
-¿Paul? ¿Sólo eso? ¿No hay nada más que quieras decir de él?
-Paul... con esa palabra lo expreso todo, y lo sabes, si puedes saber lo que siente la gente de abajo también sabes lo que siento yo. Pero supongo que querrás que te lo diga. Es mi mejor amigo, o al menos lo era, hace mucho que no hablo con él... ¿tengo yo también la mirada perdida como si hubiera perdido a alguien?
Quimera simplemente me mira, tengo frío en las mejillas, el aire me da en las lágrimas. ¿O tengo frío en el corazón? No lo sé. La gárgola intenta coger una de mis lágrimas con su pata, pero la piedra no es más reconfortante que una cálida mano humana.
-Aún me queda algo más que decir, Quimera. ¿Quieres escucharlo?- Me paro un momento a respirar, cierro los ojos- Ojalá Paul siga en la plaza cuando yo baje, lo echo mucho de menos.